Página de José Manuel García Marín

Página de José Manuel García Marín

La intención, al abrir este nuevo blog, es guardar en él relatos completos, míos o ajenos, para quienes quieran leerlos en su totalidad. Desde el blog principal pondré un vínculo a éste en aquellos artículos que, por su extensión, sea aconsejable.

viernes, 27 de junio de 2008

Crítica en La Opinión de Granada, por Carlos Navarro

Sábado, 7 de junio de 2008 La Opinión de Granada

La magia de la Alhambra

Después del triunfo alcanzado con 'Azafrán', el escritor malagueño José Manuel García Marín se propone en su nueva novela transmitir, a través del minucioso recorrido por uno de los rincones más cautivadores del Generalife, la atmósfera sagrada e inconfundible que consiguieron crear los nazaríes.

Ascender por el agua

Una recreación de la Granada nazarí permite, a través de un rincón señalado del conjunto de la Alhambra, desentrañar un mito del arte

Carlos Navarro

Si se visita el Generalife, casi al final del recorrido, el encuentro con la escalera que asciende hasta el Mirador romántico deja huella imborrable en el recuerdo. Este ascenso es una mezcla perfecta entre funcionalidad, mística y arte.

Desde hace tres años se espera­ba como agua de mayo la siguiente obra de un autor malagueño apa­sionado por la temática andalusí. Su anterior novela, `Azafrán', fue un éxito de críticas y ventas, describiendo con profusión de detalle variados en­tornos del Al-Ándalus del siglo XIII. La espera ha terminado, y ha me­recido la pena.

`La Escalera del Agua' narra la com­plicada existencia de un joven de Las Hurdes, que se ve abocado a un viaje sin retorno en la España de la posguerra en busca de algún futu­ro, huyendo de su pasado inmedia­to -comete un asesinato al defender a su hermana de un violador- mien­tras trata de recuperar las huellas de su pasado más lejano -desciende de los moriscos expulsados de sus tie­rras en los siglos XVI y XVII-. Tal viaje iniciático llevará al personaje protagonista, Ángel Castaño Cres­po, desde una recóndita comarca cacereña a Toledo y a Granada.

La estructura de este libro es bas­tante sencilla. Se divide en seis ca­pítulos, en cinco de los cuales se nos muestra la evolución del personaje y su entorno durante el siglo XX: su analfabetismo inicial, su posterior formación tanto intelectual como humana en el Convento de San Juan de los Reyes, y el ilusionante des­cubrimiento del amor, así como su formación y crecimiento en el ám­bito laboral.

En los capítulos restantes nos en­contraremos con la huida de los ancestros del protagonista tras la ini­cial expulsión de los moriscos de Gra­nada en el siglo XVI y el posterior edicto de 1609. Tras una apresura­da salida de Talavera de la Reina en una peregrinación forzosa en busca de Portugal, optan por asentarse en Las Hurdes con la esperanza vana de que la persecución que sufren lle­gue a su fin.

Cabe destacar la inmersión en la trama a la que se ve arrastrado el lec­tor en algunos pasajes del libro. En concreto, el capítulo inicial, que des­arrolla la miserable vida que lleva la familia del protagonista y sus co­nocidos en Las Hurdes, es de una ri­queza y de un gusto por el detalle de gran calidad, algo que se tiende a ob­viar en bastantes relatos actuales de supuestos grandes autores.

Asimismo, también es muy des­tacable el capítulo dedicado al éxodo de los moriscos del siglo XVII que les conduce a Las Hurdes. García Marín recrea con una prosa exqui­sita, preñada de términos enrique­cedores, tanto el inclemente entor­no que envuelve a la comitiva como a los propios protagonistas.

Gran parte de la evolución per­sonal del personaje central se des­arrolla en Toledo, ciudad a la que el autor homenajea en esta obra con deslumbrantes descripciones, que hacen realmente sencillo sentirse paseando por el casco antiguo de la ciudad imperial.

Granada también tiene su parcela en esta obra, aunque con menor de­talle, sobre todo mediante la Alhambra. De hecho, el título de este libro hace referencia a una zona con­creta en el Generalife. En cuanto a los personajes, son atrac­tivos, están suficientemente bien des­arrollados y aportan una enorme so­lidez al conjunto.

Al acabar de leer La Escalera del Agua, el lector recibe dos mensajes. El pri­mero, la tremenda injusticia que se cometió con los moriscos en España: verdaderos españoles aunque de religión musulmana. El segundo, la capacidad de superación del ser humano, en este caso el protagonista, Ángel Castaño. Y un añadido: cuan­do terminas el libro también tienes la sensación de que has aprendido mucho, tanto de historia como de lé­xico antiguo.

En resumen: una novela históri­ca bien documentada, que no pre­tende ser absolutamente fidedig­na, relativamente fácil de leer, en­tretenida y enriquecedora, con algunas licencias a la divagación que no desmerecen en absoluto el re­sultado final.

Si les gustó `Azafrán', `La escale­ra del agua' les parecerá una lectu­ra más completa, más desarrollada e incluso más amena. Si no leye­ron dicho libro, al terminar éste pro­bablemente tengan ganas de leer el anterior.

lunes, 12 de mayo de 2008

Presentación de La escalera del agua, por José Luis Serrano


Les presento a un escritor

Dotado de un instinto proverbial para captar las luces subterráneas, José Manuel nos ha traído en esta segunda novela no tanto el peso de lo que fue El Ándalus, sino el pálido pero difundido resplandor de lo andalusí hoy. No tanto una nación de tantas extinguidas por el vendaval de la historia, sino una de la pocas civilizaciones que nos constituye. Somos andalusíes como somos griegos y pocos adjetivos nacionales o identitarios me atrevería yo a añadir a estos dos. Sin embargo, a pesar de esta fuerza telúrica de El Ándalus (o acaso por ella) es preciso un zahorí para encontrar las aguas subterráneas en este siglo. Y García Marín demuestra por segunda vez -ya lo hizo en Azafrán- que tiene el poder de la rabdomancia. Les pondré un ejemplo de la rabdomancia del escritor malagueño.
Podemos proponer tres miradas sobre la escalera del agua del Generalife. La primera diría que sirve para comunicar el palacio con un pequeño oratorio situado en lo alto de la colina. Había que hacer una escalera y un alarife la hizo.

Una segunda mirada nos mostraría ya la escalera del agua con su elemento cultural añadido a lo funcional: el ascenso desde el palacio al oratorio está interrumpido y suavizado por dos descansillos de planta circular con fuentes bajas en su centro, está acompañado por unos pasamanos que son dos canales encalados hechos de teja y ladrillo por los que baja el agua de la acequia real y está cubierto y refrescado por una bóveda de laureles. La escalera servía así para las abluciones previas a la oración y, de esa manera, se convertía en el sahn que toda mezquita requiere. Desde esta segunda mirada veremos pues que la escalera de agua es toda una lección arquitectónica de lo que fue nuestra cultura en siglos pasados: la cultura capaz de hacer con elementos baratos un templo de armonía.
La tercera mirada es la de José Manuel García Marín. No lo cuenta en la novela, pero una mañana del pasado otoño nos lo explicó a Andrés Sopeña y a mí. José Manuel ha observado que si en cada escalón nos detenemos y acercamos el oído al pasamanos por el que desciende el agua, oiremos una escala menor natural: la si do re mi fa sol la. No es sólo cultura que suaviza el ascenso, es una civilización discreta y profunda que parece tutear a los dioses. En algunos escalones notaremos que no se oye la nota que esperábamos oír. Hay dos explicaciones: la primera recordaría que todo alarife nazarí cometía pequeños errores de cálculo para dejar la perfección a Dios. La segunda diría que la escalera del agua ha sido sometida en los últimos siglos al torpe toqueteo de humanos que en ningún caso alcanzan a intuir ni siquiera esta tercera mirada.
Terminaré diciendo que es más fácil presentar un libro que presentar a un escritor. Los libros hablan por sí y de lo que habla cada libro es fácil volver a hablar. Con los escritores parece que nos quedara el camino fácil de la biografía, pero no es así. Primero porque la biografía es un género literario difícil de cultivar y que dice más del biógrafo que del biografiado y, segundo, porque no está claro que a la literatura le interese para nada el yo biográfico del autor. Así que, sin más, de la misma manera que hace dos años presentamos un libro Azafrán, ayer en el mismo lugar, presentamos a un escritor: José Manuel García Marín.

jueves, 17 de abril de 2008

Presentación de "La escalera del agua", por Luis Eduardo Siles, en Huelva


MORISCOS DE BUENA PROSA

La discusión se ha insta­lado en torno al futuro de la novela en España. Eduardo Mendoza asegura que “se está acabando la época de la literatura de sofá”. Y José María Guelbenzu for­mula una advertencia: “En la novela existen señales claras de cambio, estamos esperando a los bárbaros”. El propio José María Guelbenzu afirma que “antes se escribía desde el co­nocimiento y ahora se escribe desde la información”. Y en medio de todo está la polémi­ca sobre lo que se ha denomi­nado `novela mestiza'.

José Manuel García Marín, autor de 'La escalera del agua', ha escrito una nove­la/novela, entendiendo por ello el cuidado por el estilo, una estructura tradicional del relato y una inmensa capaci­dad de narrar.

Porque José Manuel García Marín, efectivamente, narra, cuenta historias, una cualidad que se está perdiendo. Y en esa capacidad narrativa se ad­vierte la amplia formación de escritor de García Marín forja­da en base a muchas y buenas lecturas, entre otras cosas de novela histórica, género al que pertenece `La escalera del agua', y también de los clási­cos. Porque Ángel, el protagonista de “La escalera del agua”, un mu­chacho de 14 años, podría haber sido un pícaro, de hecho en su peripecia en sole­dad por los campos de Extre­madura tirando de un burro cargado de madera se las tiene que ingeniar como buenamen­te puede para comer algo, pero finalmente vence en su vida el afán enorme de apren­dizaje, de saber, sobre otras fórmulas más sencillas y menos decorosas de matar el hambre. Ángel es el antipíca­ro, aunque esté recreado por el autor con un estilo, en oca­siones, picaresco.

La novela está viva. Los per­sonajes pasan calor, como en el episodio de los moriscos, y el lector termina por sentir ese calor. Para ello, ya está dicho, el autor se vale de la buena es­critura, de un relato realista con algún hermoso despunte mágico, y de unas excelentes descripciones. Como la que en­contramos en la página 115, por ejemplo: “Los del pueblo lanzaban ojeadas curiosas a los extraños; pero un hombre, larguirucho, cenceño y nervio­so, observaba a .Alonso con in­sistencia, desde su mirada ma­liciosa, bajo las crecidas cejas. La boca abierta, bobalicona, detenida en una mueca estúpi­da. Era Nemesio, más conoci­do como el Jineta por las ca­racterísticas físicas que insinua­ba el remoquete”.

José Manuel García Marín nace en Málaga en diciembre de 1954 y desde hace cinco años se dedica por entero a la literatura. Es un consumado especialista en la historia de ‘Al Andalus’, al que dedicó su primer libro, el ensayo titulado `Al-Hamrá. Pero despuntó como autor con la novela ‘Aza­frán’ (Rocaeditorial 2005), con la que alcanzó cinco ediciones y obtuvo un éxito muy supe­rior al que se esperaba. `La es­calera del agua' es, pues, su tercer libro.

José Manuel García Marín escribe desde el conocimiento: Desde el estudio. Sin duda se trata, repetimos, de un gran lector, que traduce sus conoci­mientos a un espléndido cas­tellano clásico: En los diálogos y en unas descripciones riquí­simas. La lectura de `La esca­lera del agua' nos ha permiti­do descubrir a un autor. En el pleno sentido de la palabra. En el que Whitman, refirién­dose a uno de sus libros, dijo: “Esto no es un libro, quien vuelve sus páginas toca a un hombre”.

Luis Eduardo Siles

viernes, 7 de marzo de 2008

Presentación de La escalera del agua, por Antonio Garrido Moraga


La memoria del destierro

Existe un lugar físico, una colina, un espacio mágico que es mito en el imaginario de millones de personas. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de literatura en los palacios y en las fortalezas que, a la tarde, cuando el sol se pone, cubren sus muros de tonos rojos incendiando las maravillas y las sutilezas? Existe un lugar casi miserable, perdido entre montañas, apenas un valle ínfimo, donde cinco familias pusieron sus reales huyendo de la orden de expulsión que la Sacra, Católica y Real Majestad de Felipe III había dispuesto para mejor preservar la fe católica en sus reinos. Existe una ciudad mágica, duplicada en el subsuelo, en la que toda suerte de brujos y hechiceros, como los consideraban, estudiaban las secretas artes, una ciudad en la que judíos, musulmanes y cristianos convivieron durante un tiempo circular que no tenía fin, que se hacía espiral en su propio caminar hacia la perfección que una estrella simbolizara. La Alhambra, la alquería de El Gasco en Las Hurdes de Extremadura y Toledo. Estos hitos marcan la vida de Ángel, el protagonista de La escalera del agua, última novela de José Manuel García Marín, editada muy bien, como es marca de la casa, por Rocaeditorial.

Novela histórica y confesión en primera persona, dos géneros muy frecuentados, que confluyen en una novela de indiscutible raigambre cervantina. El plano histórico, determinante en la base de la estructura narrativa, alterna en las páginas con la evolución contemporánea de la peripecia del narrador, nacido en la alquería en 1942; no obstante, al principio de cada capítulo se señala la referencia temporal precisa. El pasado está ahí, agazapado en la memoria, el pasado es el dolor de la expulsión del hogar de Talavera de la Reina, es la necesidad de transmitir la tragedia a las nuevas generaciones, una detrás de otra, mientras quede alguien que pueda recibir la pieza de plata, talismán, signo de ser y existir, marca de la diferencia.

Fueron llevados a los puertos después de confiscarles sus bienes; aún conmueven las crónicas que lo cuentan. Se habían traído tercios de Italia para evitar desórdenes, que aún estaban muy presentes las guerras de las Alpujarras, donde tuvo que venir el mismo hijo del César Carlos y vencedor de Lepanto, don Juan de Austria para acabar con la rebelión. Algunas voces de alzaron en su defensa pero nada pudieron hacer. Aquellas familias moriscas, la de Ángel y cuatro más, cuyos antepasados ya habían sido expulsados de Granada, decidieron agotar los días y buscar un lugar donde vivir, lugar alejado donde fuera imposible encontrarlos. Siempre con el miedo en el cuerpo y con la amenaza de que la arbitrariedad hecha ley por parte de los miembros de la Santa Hermandad, les diera caza y fueran vendidos como esclavos.

En el límite del límite, con tierra pobre pero sin falta de aguas, después de cruzar ciudades y campos, después de que se les unieran Alonso y María, la pareja de enamorados que también escapaban de un padre que deseaba mejor fortuna para su hija que un pobre pastor, allí pararon para sobrevivir miserables y libres. Este episodio, de la pareja de enamorados, confirma el calificativo de cervantina que he usado para la novela. Pasaron siglos. Ángel nació en la inmediata posguerra y narra su vida y su secreto. El abuelo, una noche, les cuenta la historia de sus orígenes, es la transmisión oral como única manera de pervivir. Este relato es la verdadera iniciación de los adolescentes.

A este secreto, Ángel unirá otro, una escena de violencia que lo obligará a marchar de su casa, de la choza en la que se guarecen. De nuevo, escapar. El destino lo llevará a Toledo. La novela se inicia con la visión del imponente monasterio de San Juan de los Reyes, panteón en el que no descansan los Reyes Católicos, que se pudrieron en la tierra de sus conquistas, la Granada de la escalera de agua, de las armonías del agua que nos acompaña cuando subimos por la colina igual que cuando Boscán y Navagiero dialogaban sobre la oportunidad de escribir a la manera italiana, con esa estrofa nueva que llamaban soneto.

Ángel va a entrar en el convento franciscano y allí recibirá una educación, providencia del padre Luis Zaragüeta, que lo pondrá en situación de enfrentarse a la vida como aprendiz de sastre, más tarde como representante y finalmente como acaudalado industrial.

La novela tiene a la historia como horizonte y a la vida como tejido; esta es su mejor cualidad. Estamos ante una creación, no ante una paráfrasis, más o menos conseguida, de crónicas pasadas. El personaje y su mundo tienen espesor y consistencia, tienen nervio y músculo. El narrador nos transmite muy bien el pulso de la ciudad. Toledo es la judería y la curva del río, es la catedral y las sinagogas, es un escaparate donde los niños se agolpan para ver los dulces de navidad, y Toledo es, por supuesto, la iglesia de Santo Tomé y esa niña de la que Ángel se enamora, Alborada.

Ángel va a atar cabos, va a vivir la tragedia de la expulsión de unos españoles que lo eran tanto como los que los empujaban al destierro. Por paradoja, el estilo considerado como genuino de España, el mudéjar, fue creado por los árabes que, domesticados, que eso significa la palabra, permanecieron en territorio conquistado por los cristianos. En la estrella de plata y en la estrella del artesonado se encierra todo el mundo que la escalera del agua hace vida, ni más ni menos.

Antonio Garrido