Página de José Manuel García Marín

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La intención, al abrir este nuevo blog, es guardar en él relatos completos, míos o ajenos, para quienes quieran leerlos en su totalidad. Desde el blog principal pondré un vínculo a éste en aquellos artículos que, por su extensión, sea aconsejable.

jueves, 3 de octubre de 2013

LA ALHAMBRA DE SALOMÓN


Al fin, coincidiendo con la celebración del milenio del reino de Granada, se publica «La Alhambra de Salomón», de José Luis Serrano, editado en Roca Editorial. Era imprescindible la aparición de esta novela, que yo calificaría de multicéfala, como ya lo fuera «Zawi», su anterior novela histórica, principalmente por cuanto, si bien la época nazarí es conocida, aunque no lo suficiente, la dinastía zirí es ignorada casi por completo y sin embargo, como refleja el autor en su relato, es el momento de la historia en el que Granada tiene su origen, primero como ciudad judía (Gharnata al-Yahud) y después en tanto capital del reino musulmán, no habiéndose hallado en ella pruebas arqueológicas de un posible pasado romano ni visigodo.
El general desconocimiento de dicho período puede llevarnos a la errónea conclusión de que nos estuviéramos remitiendo a un pasaje árido de la historia, por lo que pudiéramos presumir de carencias en sus inicios; pues bien, como describe José Luis Serrano, nada más lejos de la verdad, porque a la par que la población empieza a gozar de canalizaciones, aljibes, plazas, mercados, etc., y desborda en poco tiempo su muralla, es decir, se configura como ciudad, aparecen personajes de una relevancia portentosa, tales como el poeta malagueño Salomón ben Gabirol, que es a quien se refiere el título y no al sabio bíblico, o Samuel Nagrela, que tienen una enorme influencia cultural ¾el primero¾ y política ¾el segundo¾, hasta el punto de iniciarse una saga, la de los Nagrela.
La historia no tiene compartimentos estancos porque resulta del entramado continuo y aleatorio de las acciones de los hombres, y eso atenta, en el instante más inesperado, contra la manipulación que se quiera hacer de ella. Así, cuando se ha pretendido elevar la convivencia pacífica de las religiones en al-Ándalus a extremos absurdamente idílicos, omitiendo cómo se masacraban entre sí los reyes cristianos, para poder luego minimizarla desde esa cómoda posición o simplemente negar su existencia, esta novela recupera del olvido cómo un judío, un nagid (la máxima autoridad religiosa, judicial y política entre los judíos), Samuel Nagrela, fue el gran visir plenipotenciario del rey Habús y, después, de su sucesor, Badis, quienes dejaron de lado las diferencias religiosas para depositar toda su confianza, su trono, su dinero y su vida, en manos del judío y jamás fueron defraudados.
Para relatar el nacimiento de un reino que sobrevivió durante siglos, la voz del narrador omnisciente debe darse en clave épica, que es la elegida por el autor; no obstante, esa voz, que pudiera constreñir registros más íntimos, es contenida, rodeada, acaso burlada, por la habilidad de los diálogos y las derivaciones que proceden de estos. Y es aquí donde los personajes, meticulosamente perfilados, cobran vida, dando lugar a las pasiones, a las decepciones, al miedo, la ilusión o al desencanto; a las emociones, en fin, que caracterizan la condición humana. Con ellos se abre el escenario en el que el lector podrá observar las calles por las que el pueblo transitaba, su indumentaria, la medicina de la época, la gastronomía, las armas, los baños, los aromas, la poesía y el desarrollo de un reino cada vez más avanzado y poderoso en lo militar, lo político y lo cultural.
Los protagonistas, Ilbia ¾la arquitecta¾, Ibn Gabirol, el rey Badis y Samuel Nagrela, configuran el hecho y el marco de la crónica, pero no se detienen ahí, porque José Luis Serrano cierra el círculo de la historia del único modo que entendemos en el Mediterráneo, sumergiéndonos en el al-Ándalus mítico, ¿o acaso somos capaces de pensar en la historia de Grecia o de Roma sin que nos asalten sus respectivas mitologías?
El soberano y el nagid tienen, si no el mismo propósito, muy análogo en cuanto a su objetivo final; el uno quiere reforzar y engrandecer un reino heredado y el otro lo desearía salomónico, pero ambos se refieren al mismo reino, a la misma tierra. Son ambiciones o anhelos distintos, pero complementarios y concéntricos. Probablemente el secreto del triunfo.
La monarquía judía no pudo darse, pero Nagrela obedeció el mandato de la Providencia y ordenó construir una sinagoga y un palacio con una fuente, la de los leones, en la colina de la Assabica. Ilbia, alarife heredera e iniciada en los conocimientos ocultos o esotéricos de la reina Kahina, viuda de Zawi Ziri, es la encargada de su construcción. Es ella la que nos introduce, entonces, en el descubrimiento de la naturaleza matemática del cosmos, que al ser humano le parece mágica, cuando es, precisamente, la más auténtica realidad.
De esta primera Alhambra del siglo XI da noticias Abd-Allah, el último rey zirí, en sus memorias y también Torres Balbás en su «Estudio sobre la Alhambra», pero es que no es conveniente olvidar que Alhambra deriva de al-Hamrá (la roja, por el color de la tierra de la colina), por lo que cualquier palacio o fortaleza precedente a la actual, sería llamada del mismo modo. No obstante, aun en el caso de que fuera tema de discusión, debemos tener presente que, hubiera sido construida o no, siempre estuvo allí, porque hay cosas, ¾entes, me atrevería a decir¾, que están concebidos para un lugar, y emplazamientos creados con la única finalidad de acogerlos. Podemos deducir, pues, que llegado el turno de los monarcas nazaríes, ya en el siglo XIV, Yúsuf I y Muhammad V, al levantar las salas de la Alhambra que hoy vemos, sólo tuvieron que dar aparejo a la estructura etérea y sagrada que ya existía, entretejiendo lo real con lo ilusorio, como si con sutiles hilos azules y rojos bordáramos la bruma. Por eso, al pasearla, nuestra razón y la pulsión del ánima se enfrentan y la recorremos en trance, en una suerte de éxtasis del desconcierto.
«La Alhambra de Salomón», que hoy presentamos, es un esfuerzo histórico, descriptivo y literario; pero, además, como el agua de sus fuentes, refresca la memoria colectiva, recordándonos parte de nuestro pasado esplendoroso, porque, a mi entender, la clave de la novela es revelada en el primer párrafo de la primera página:
«Los recuerdos grandes se quedan a vivir en los cuartos del corazón, durante la vida asoman cuando quieren, vuelven a la hora de la propia muerte y se transmiten por la sangre».

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